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Jun

2025

Don Teo Quilla vio nacer el Campus Lima de la UDEP que ahora lo ve jubilarse

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El 11 de junio, Teófilo Quilla Quilla, a quien sus amigos conocen como “don Teo”, cumplió 70 años. Trabaja en la universidad desde cuando esta inició sus actividades en Lima, ahora se jubila.

Por Manuel Camacho-Navarro. 24 junio, 2025.

Don Teo nació en Bolivia. Hijo de una madre boliviana y un padre puneño, se vio atrapado, desde muy pequeño, en un mundo repleto de adversidades. La dura realidad económica y social de época forzaron a sus padres a separarse y darle una vida alejada de sus hermanos. Quilla apenas tenía cinco años cuando partió con su padre en tren a Perú.

Ya en Huanca, en Puno, fue inscrito como peruano. En su nuevo barrio, aprendió a jugar fútbol tan bien, que fue convocado por diversos clubes. Llegó hasta a la Copa Perú con los “Diablos Rojos de Juliaca”, hasta que más tarde lo fichó el Melgar, donde estuvo año y medio.

A Teo le encanta jugar pelota. Este año, para el día del trabajador, fue invitado junto a Junior Panduro, colaborador de Servicios Operativos en Lima, a viajar a Campus Piura, a propósito de su jubilación. Para sorpresa de sus colegas, y a diferencia de Panduro —quien confesó no compartir el mismo gusto de Quilla por el deporte—, don Teo no dudó en pelotear los dos tiempos completos del partido y le quedaron energías para una visita nocturna a la ciudad.

En Lima, Quilla también participó en campeonatos de interbarrio, y llegó a competir contra los equipos de Cubillas, Chumpitaz y Baylón. “La primera vez le ganamos a Cubillas, pero en la cuarta final nos metieron seis goles”, cuenta riendo.

Una lesión de rodilla truncó sus aspiraciones de seguir una carrera profesional, en el fútbol. Jugó en casi todos los estadios del país, menos en el Monumental, en el que sueña, en algún punto, pelotear. “De lejos, por la puerta pasé, pero nada más”, lamenta.

Las raíces y el amor

Al preguntarle por su familia, don Teo recuerda inmediatamente a su abuelo, quien le enseñó a nadar los ríos, leer la tierra y entender los sueños.

A su esposa, Elsa Díaz, la conoció en un viaje a Bolivia y bailando, se enamoraron. “Me gustó la forma cómo era”. El amor, según Teo, es así de simple. Este año, cumplen 48 años de matrimonio. Tienen cuatro hijos: Gladys, Moisés, Elsa y Yuriko. Sobre su labor como padre, Quilla sostiene: “Ya cada uno es responsable. Yo los encomiendo. Yo ya les he dicho: «Ustedes tienen que escalar. Yo ya he cumplido y te voy a mirar de lejos no más»”.

En Campus Lima

La historia con la universidad comenzó casi por accidente. Mientras trabajaba en el Ministerio de Trabajo, una funcionaria, a quien recuerda como doctora Tejada, le sugirió buscar algo mejor en el Instituto Montemar —con el cual la UDEP mantenía relaciones de colaboración académica—. Ahí aprendió a reparar máquinas, empastar libros y pintar oficinas.

Cuando la Universidad de Piura inició sus actividades en Lima, Quilla pasó a Campus Lima. Empezó armando oficinas, instalando sistemas eléctricos y, curiosamente, enseñando a otros. Comenzó a trabajar como apoyo operativo para las oficinas de personal administrativo. Comenta que les enseñó a quienes laboraban con él —e incluso para quienes trabajaba— desde cambiar un tomacorriente hasta solucionar un problema de impresión. “Mi abuelo me decía: lo que aprendas, compártelo”, afirma.

Actualmente, pertenece al área de mensajería, donde ha aprendido a estar un paso delante de las peticiones: “Todo se quiere ‘así’, al toque. Ni bien nos llega el mensaje ya estamos actuando, no esperamos que haya una orden”.

¿El final? Un trajín más

Para Teófilo, la confianza es el sello que ha marcado su experiencia en la UDEP. “Ha sido un gusto trabajar con ellos. En ningún momento, les he hecho quedar mal, porque eso es y ha sido mi meta”, manifiesta.

Cuando le pregunto por el futuro, suspira con profundidad. Desea volver a Puno despertar del largo sueño la hacienda de su abuelo. Y es que, don Teo no quiere dejar de moverse. Si bien pareciera que ha vivido bastante, para él no es suficiente. Este último pendiente es una deuda para consigo mismo, para no decaer ante la silenciosa inanición de la jubilación, “y que pase un año y ya estar derrumbado”. “Yo quiero seguir así: trajinando —insiste— Ser el mismo tal como soy. Visitar donde he estado, donde me han acogido, donde tengo la amistad”.

Ya no estará en la universidad, pero su legado seguirá vivo, en cada acción y quienes aprendieron de su ejemplo. Teófilo reflexiona: “Mi abuelo me enseñó si alguien te da confianza, no la pierdas y nunca te guardes lo que has aprendido para ti solo. Enséñalo a los demás porque siempre va a valer más. Y, eso es lo he venido practicando hasta hoy día”, subraya.

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